sábado, 11 de mayo de 2013

Magia de la arquitectura mestiza en una casa de Buenos Aires

 
Este post debería llamarse Barroco Americano 2, pero forma parte de mi historia y está escrito con el afecto que despiertan los regalos más queridos.
Era el primer año de mi estada en Buenos Aires, yo turista, y el barrio de Retiro no estaba en mi circuito conocido. Un día, mientras hacía vaya a saber que cosa, me llamó la atención  una curva angosta entre edificios de lujo que caía hacia el río... la calle Arroyo, y a pocos pasos una antigua casa erguida desde un mundo que ya era casi recuerdo. Un ombú en la angostísima vereda, la hermosa y gran fachada "colonial" en pésimo estado de conservación, y el día gris de invierno aumentaban su aire fantástico. 


Caminé bajo una cornisa de tejas españolas hasta una puerta de enormes tablas de madera y más enormes clavos y herrajes de hierro: un pequeño letrero enlozado avisaba "Museo Hispanoamericano de Platería Isaac Fernandez Blanco" y un horario. Los aires barroco y mudéjar prometían deleites de los que no iba a privarme. Así que volví en cuanto pude.


Desde la primera vez que ví la casa, sus salas y colecciones, ella y la riquísima cultura local que exhibe me capturaron. ¡Tantas veces volví a ese lugar hechizado, a su rebuscada y elegante arquitectura, a sus abigarrados y espléndidos interiores, a los desbordes de su imaginería religiosa, al olor antiguo de sus tallas en madera y al brillo de su abundante platería!


Detrás del portón de madera me esperaba una puerta cancel en hierro forjado, el austero zaguán y después un jardín mágico.
Atravesarla fue entrar a un espacio remoto y a un tiempo más lento captados en su estilo barroco americano, pues allí se combinan el mudéjar de los patios españoles con la amplitud y flora autóctona.

 
El jardín transforma el entorno de la casa y define maravillosas estancias al aire libre que se pueden espiar por aquí
 
 
En el fondo un aljibe, construcción en torno al pozo de agua típica de la época de la colonia, se ubica próximo a la capilla de estilo gótico francés, otro de los estilos preferidos por los porteños de principios del siglo 20. Es que esta casa planeada para lucir la arquitectura local, se revistió con el mestizaje más desenfadado y combinó con alegría el barroco español, su herencia musulmana en el mudéjar, el gótico francés como ostentación del refinamiento poscolonial de las clases dominantes rioplatenses y el arte autóctono americano. En suma, la visita me resultó tan atractiva como la encantadora disputa de identidades e influencias que nos caracteriza. 
 

 
Vista lateral de la capilla
 
Sus colecciones son un extenso capítulo que ahora suspenderemos para centrarnos en el arte que acompañaba la vida cotidiana de la casa. La sala que hoy se llama Reflejos del Plata fue el antiguo recibidor de la casa principal. De forma circular distribuía el paso hacia las habitaciones de servicio y los salones principales. La marquetería de su piso es una lección de lujo y geometría hecha en maderas americanas: representa la "Rosa de los Vientos" con que se guiaban antiguamente los marinos. Acompaña a la perfección el cielo raso abovedado cuyos arcos mantienen la forma como meridianos y circundan el perímetro de la habitación.
 
 
 
Hay una escalera por donde se llega al piso superior y al imponente salón de estilo jesuítico que vemos en la fotografía inferior, cuyo amplio balcón se hallaba custodiado por cuatro enormes columnas originales con forma espiral en madera tallada y policromada por los indígenas. 
 
 

 
La importante marquetería de esta sala hoy guarda la colección de platería religiosa del Museo.


Como les dije, la bóveda policromada y las columnas talladas en madera dorada a la hoja son de manufactura aborígen. En ellas se aprecia la voluptuosa imaginería natural que los pueblos originarios imprimían en sus trabajos manuales, razón por la que aún la más pretendida imitación europea de los jesuitas terminaba siendo también profundamente americana.

Esta sala es uno de los espacios que más me fascinaron, primero por sus techos, plenos de color y figuras en los que me detuve largo rato, pero más por su contraste con la vista verde hacia el jardín desde el amplio balcón.

Majestuoso trazado del jardín visto desde el balcón de esta sala.
 
 
La fachada posterior del edificio principal, cuya puerta corresponde a la cocina y da a un patio hundido, a la antigua usanza inglesa, también es una muestra precisa del barroco americano.
 
 
 
Una vista más alejada de esta fachada posterior y su conexión con el jardín
 
 
Detalle del patio hundido, desde cuyas escaleras se accede a diversas zonas del jardín y donde se aprecian las mayólicas que fueron de uso español y se difundieron también en Latinoamérica.
 

Detrás del patio hundido asoma la fachada posterior de la casa,  que no tiene nada que envidiarle al frente, generosamente abierta al jardín y a una segunda casa de otro de los hermanos Noel.
 
 
Un rincón del jardín, y otra vez un patio con su banco de mayólicas españolas.
 
A mí siempre me encantaron las permanentes sorpresas que reserva el Palacio Noel: hicieron de este lugar uno de mis rincones adorados e inevitables de Buenos Aires. Es hermoso, fastuoso, inusual y a la vez familiarmente rioplatense. Si pueden visitarlo haganlo. ¡No se desilusionarán!
¡Después me cuentan qué les pareció!
 
 
 
 

 

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